lunes, 7 de mayo de 2012

"Vive como puedas" de Joaquín Berges.


Hace aproximadamente un año atrás, en la Feria del Libro de Zaragoza, me sucedió una de esas cosas que sólo ocurren en las novelas. Estaba en la caseta de Portadores de sueños y le pregunté a Félix si había alguna novedad interesante. Me nombro dos o tres libros, entre ellos, éste, "Vive como puedas" de Joaquín Berges. Lo cogí entre las manos el primero, seguramente porque Tusquets es la única editorial española de narrativa con la que guardo un vínculo afectivo, ya que en ella fui lector durante tres años. Pues eso, tomé un libro de la pila y lo comencé a ojear. De pronto, me detuve: acababa de leer "Segunda parte: después de equilicuá". Un calambre me sacudió de arriba a abajo. Eso me sonaba. Expectante busqué el comienzo de la novela y comprobé el título de la primera parte: "antes de equilicuá". Luego di vuelta el libro y en la contraportada leí el resumen de la historia. Y ya no tuve dudas. Ese libro yo lo conocía. Ese libro, allá por fines de 2003 o comienzos de 2004 había recomendado su edición a la misma editorial que ahora acababa de publicarlo, negándose sin que yo llegase a entenderlo. No recordaba a su autor y lo lamentaba. Siempre pensé que "esa/esta" novela merecía la publicación y que de alguna manera podría haber ayudado a ello. Ni siquiera imaginaba que era un aragonés que trabajaba en Zaragoza y vivía en Villanueva de Gállego. El resto de la historia es corta. Joaquín, después de mi recomendación, había enviado otras dos o tres novelas a la editorial, que finalmente en 2007 o 2008 había publicado "El club de los estrellados", que tuvo una excelente recepción, según él mismo me contó cuando nos conocimos, unos días más tarde. Debido a ello, era lógico que Tusquets quisiera volver a publicarlo. Había corregido esa novela que yo leí, de título "Equilicuá", le había cambiado el título y por fin la habían aceptado.

Recién hace unas semanas volví a leerla. Tengo que decir que condicionado de manera notable por ese, mi primer recuerdo, donde el texto era sabroso, divertido, lleno de comicidad. Y tengo que reconocer que me he vuelto a reír con ganas en numerosas partes del texto... aunque también es cierto que, aunque sigo considerándola una buena novela, ahora la he mirado con otros ojos, quizá por eso que decía antes: mi memoria había puesto el listo demasiado alto.

Hay cosas que en esta lectura no me han llegado a convencer: creo recordar que la novela estaba íntegramente narrada por su protagonista. Ahora la narración va intercalándose entre el protagonista y una tercera persona omnisciente. Siento que con este cambio estructural le ha quitado chispa. Pero esto no es grave. Al fin y al cabo, quien nunca haya leído el otro texto, que es la mayoría de lectores, no echará de menos la voz total, exaltada, rocambolesca de dicho protagonista. Pero por sobre todo hay algo en el final, seguramente demasiado apresurado y resumido, que deja con gusto a poco, como si el concierto se hubiese acabado no con la mejor canción, sino con una nueva y un poco fuera de lugar con el resto de melodías.

Ahora pienso que quizá yo haya madurado como lector y no me baste la raíz cómica solamente. Aunque tampoco esto es exacto, puesto que en general y en particular durante casi todo lo largo del texto, la novela me ha hecho reír como entonces. Los personajes son exquisitos, partiendo por el protagonista, pasando por Valle, la hijastra del protagonista, y pequeña filósofa del absurdo, hasta llegar al novio de la hija, un exestudiante de medicina que ha descubierto su vocación como payaso y se vuelca en hacer reír a los pequeños enfermos, internados en un hospital.

"Vive como puedas" es una novela que llega a ser entrañable. Su protagonista se esfuerza en equivocarse constantemente. Es como el Buddy de "El apartamento", a quien la vida definitivamente, después de una separación y un segundo matrimonio poco convincente, le da la espalda; al final no tiene salvación posible. Está destinado a una caída, probablemente en una cama elástica y con nariz colorada, pero caída al fin y al cabo.

La verdad es que, si quieren pasar un buen rato y reírse de esas, nuestras tragedias cotidianas, deben leerla. Sin duda, Joaquín Berges es un muy buen contador de historias. Y en alguna parte de su cabeza y sus manos hay una gran novela por escribir. Novela que, en muchas ocasiones, se deja entrever en estas páginas.

viernes, 16 de marzo de 2012

"Noche de los enamorados" de Félix Romeo



Me acabo de preparar una leche con cacao antes de sentarme a escribir sobre el libro póstumo de Félix Romeo (1968-2011). No sé si el tomaba leche con cacao. Con el de verdad. El amargo. No creo que nuestros escritores lo beban mucho. Preferirán cañas, vinos, a lo mucho, café. Pero yo ya llevo un rato frente al ordenador y tengo frío, aunque el día es bueno (o malo, si pensamos que estamos en invierno y afuera la temperatura ya ha subido mucho). También he puesto una pequeña estufa, que aprovecha más mi perra Tapi que mis pies.

Anoche terminé de leer "Noche de los enamorados". Nunca había leído un libro de Félix. Y eso que ya lo había oído nombrar, había leído alguna de sus críticas, alguno de sus artículos, cuando vivía en Madrid. Al llegar a Zaragoza también me hablaron de él: bien, mal, indiferentemente. Como todo ser humano, generaba simpatías y odios o animadversiones. Hoy parece que todos amaban a Félix Romeo y la verdad es que no es cierto. Yo sólo puedo decir que no era su amigo. Que lo conocí en un encuentro en el Cervantes de Dublín y que me pareció un buen tipo. En Zaragoza no volvimos a coincidir más que en una o dos presentaciones. Y hubiese leído este libro aunque siguiese vivo. Es decir, esta reseña no es para sumarme a las loas ni a las despedidas. Creo que un escritor vive en sus textos. Quizá es la única riqueza que tenemos. Y a mí "Noche de los enamorados" me ha descubierto a un autor muy vivo, que no hay que rescatar, porque se rescata solo.

Vuelvo a coger el libro en las manos. No tengo la mano grande. Y eso que algún día fui portero de fútbol. Pero me cabe perfectamente. Es un libro pequeño y breve. La edición es hermosa y la editorial, casi insuperable. Mondadori es un lugar donde cualquiera de nosotros quisiera publicar. Por conversaciones recientes, sé que Félix pensaba lo mismo. La novela salió sólo unos meses después de su muerte. La había concluido unos días antes. Se trata de esas paradojas que podrían denominarse "benditas", como la mano de Maradona en el tan recordado Mundial. Bendita porque siempre es mejor contar con una novela póstuma completa que un intento de novela. Bendita, porque, como decía, sus palabras le dan vida a su autor.

"Es una mujer y está muerta". Así comienza. Y yo de inmediato pienso en Sábato y en "El túnel". Es una deformación profesional. Lo sé. Pero pensar en Sábato y en "El túnel" cuando uno comienza a leer una novela es algo muy bueno, porque "El túnel" es una tremenda novela. Y también pienso en "El extranjero" de Camus. Ya son dos buenas novelas. Ambas comienzan con la muerte de una mujer. O su constatación, que es lo mismo. Me gustan las novelas que no tienen misterio. Me parece que sólo los grandes autores escriben historias donde no cabe el misterio, donde lo único que sujeta historia, tema y trama es el lenguaje. A Félix Romeo, según voy avanzando en el texto, también el apasionaba el lenguaje. Es algo más propio de los poetas que de los narradores. Y esta novela tiene algo de poesía. Pero ya hablaré de ello.

Esta novela no tiene ningún misterio, porque pronto conoceremos al asesino: Santiago Dulong. Y quienes no somos zaragozanos, también pronto sabremos que se trata de algo que "ocurrió de verdad". Pero el texto de Félix en nada se parece a esas telenovelas de los sábados por la tarde que ponen algunas cadenas de televisión, filmadas en formato digital, con una fotografía propia de un catálogo de supermercado, que intentan atrapar al telespectador con dicha frase: "Basada en hechos reales". No es una reproducción en "papel maché". Félix Romeo no quiere que al final de la lectura o en el medio o en alguno de sus apartados nos pongamos a llorar como Magdalenas. Quiere que nos de rabia, que quizá tiremos un florero contra la pared, que salgamos a gritar al balcón "Hijos de puta". Porque eso es lo que tendríamos que hacer al concluir de leer esta novela. Salir frente a los juzgados y gritar fuerte: "Hijos de puta". Gritarle a todo el mundo, muy claro, quizá un grito sin voz casi "Hijos de puta".

Para ello Félix Romeo utilizó el lenguaje. Lo concentró. Nos lo fue dando concentradamente, a gotas, para que la tensión se acumulara en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo. No sobra ni un sólo morfema en la novela de Romeo. Cada oración es un puñetazo en el mentón. Si uno devora las líneas, no es porque esté esperando un final espeluznante. No. Es porque cada línea nos dice algo significativo. El placer de leer. El placer de leer una obra bien hecha. El placer de leer una obra bien hecha que nos está gritando al oído una tragedia mayor. Tragedia que no es sólo un asesinato juzgado de manera caprichosa.

Alguien podría haber escrito o escribir que la novela va sobre eso, el asesinato de María Isabel Montesinos Torraba a manos de su marido, Santiago Dulong, a quien Félix Romeo conoció en la Cárcel de Torrero. O sobre la defensa de la mujer, como pareciera aclararse hacia el final. Yo creo que no. Que Félix no escribió sobre ello. Creo que Félix ha utilizado esta historia para hablar, como él mismo lo dice dentro del texto, del lenguaje. De cómo el lenguaje configura la realidad. De eso mismo trata la poesía --la única, no esos plagios en versos que abundan convertidos en libros--. La configuración del mundo por el lenguaje. Lo que dejamos de ver por esa configuración de mundo. Cómo el lenguaje nos engaña. Cómo nos dejamos engañar por el lenguaje. Como anexo, la novela es una defensa de la libertad. Pero sólo como anexo. A mí me interesa ese "algo" más profundo que hace que esta novela se acerque --si es que ya no lo es-- a ser una obra de arte.

Félix Romeo nos regala un objeto terrible. Es una caja. Es una Caja de Pandora. Pero lamentablemente sé que no todos ni todas entrarán en ella. Si Santiago Dulong salió en libertad después de sólo un año de cárcel fue porque quienes estaban allí para juzgarlo, usaron las palabras inadecuadas y eso llevó a que "la realidad reconstruida" fuera diferente, levemente, pero lo suficiente, a lo sucedido. La realidad que justificaron abogados, jueces, fiscales no fue real. Fue puro lenguaje. Creyeron en las palabras. Son culpables por creer en las palabras. Y esas palabras no fueron morales ni éticas ni menos justas. Fueron caprichosas. Igual que las palabras de los reality. Igual que las palabras de la publicidad. Igual que las palabras de los políticos. Igual que las palabras de la reforma laboral. Igual que las palabras de la ONU ante las masacres en Siria. Igual que las palabras del Presidente de Chile ante el petitorio de los habitantes de Aysén. Igual que las palabras de dos señoras o dos señores repitiendo lugares comunes en la marquesina del tranvía. Esto me recuerda a un post de facebook que leí hace un par de días. Decía algo así como que ya no conocemos la realidad, sino sólo lo que nos cuentan, parcialmente, los medios de comunicación. Y voy más lejos, sólo conocemos lo que le cuentan las agencias a los medios sobre la realidad. Y las agencias sólo conocen aquello que algunas personas quieren que se conozca. Otra vez lo mismo. Otra vez el juicio a Santiago Dulong.

En la contraportada del libro podemos leer un fragmento del texto: "Esto no es un juicio, porque no se puede juzgar a los muertos y Santiago Dulong murió hace diez años. Ni es la defensa imposible de una víctima, porque no se pueden reparar las ofensas a los muertos. Ni es un ensayo sobre la justicia. Sólo escribo sobre palabras." Esa es la verdad del texto. Pero esconde algo. Sí que hay un juicio y del que deberíamos tomar buena nota. Ese juicio es a nosotros mismos y a cómo dejamos que las palabras inadecuadas construyan nuestra realidad y decidan por nosotros. También es un grito a actuar. A encontrar las palabras justas. Las éticas. Las secretas. Las que no nos traicionarán. Si así hubiese sido, no sólo Santiago Dulong hubiese muerto en la cárcel. También viviríamos en otro mundo, otro mundo mejor. Félix Romeo lo sabía.

A todo esto, ya me he terminado el cacao. El cacao de verdad. Y me ha dejado un buen sabor de boca a pesar de su amargura.

martes, 28 de febrero de 2012

LA HIGUERA, de Ramiro Pinilla


Cuando uno mira la portada de "La higuera" (Tusquets, 2006) de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923), se le quitan las ganas de leerla. Definitivamente, no es una portada que invite a adentrarse en el libro. Esa foto en blanco y negro de un hombre caminando por un cementerio, rememora una literatura social/rural que a mí no me atrae. Y lamentablemente el título y la foto y edad del autor empujan a que el "pre-juicio" se reafirme. Ramiro Pinilla no es un chaval nocillero en el que las gafas de pasta sean un accesorio "cool". Usa las gafas por necesidad y la boina para cubrirse la calvicie. Cualquier lector podría enlazar estos factores y pensar que va a leer una historia añeja, casposa, de esas que abundan en la literatura española.

Comienzo diciendo esto porque, aunque en parte se cumple, no quiero que nadie se escude en estos factores para luego decir: la crítica era buena, pero hubo algo que me llevó a dejarla, a no sacarla de la biblioteca, a no leerla. Tiene que quedar claro que "La higuera" es una buena e incluso, necesaria novela. No por la historia, que está bien, sino por la literatura que en ella encontramos. Ramiro Pinilla ha logrado crear, con personajes que ya circulaban en la trilogía "Verdes valles, colinas rojas" (también en Tusquets), una obra independiente y con una gran carga simbólica.

En pocas palabras, la novela habla del miedo de un falangista a ser asesinado por un chico de diez años que ha visto cómo se llevaba él y otros cinco, a su padre y a su hermano para ajusticiarlos recién concluida la Guerra Civil. Para evitar esa muerte que piensa inminente cuando el chiquillo cumpla dieciséis años, terminará cuidando el paraje donde el chaval los ha enterrado sin ayuda de nadie y donde ha plantado un esqueje de la higuera de la propiedad familiar, que también les quitarán. La novela no sólo narra el primer momento del miedo de Rogelio Cerón, sino también la transformación del hombre en el transcurso de las décadas que pasa cuidando la higuera, transformación que se extiende a toda España.

Estructuralmente, la novela está dividida en tres partes, dos de ellas muy breves y que forman un marco de la tercera, que es la principal, donde Rogelio Cerón cuenta en primera persona y en presente, su propia historia. Es en realidad esta la parte fuerte del texto. Por ella vale la pena. Es además totalmente independiente de su marco, marco donde el tono cambia, se abusa del resumen y da un final en falso a todo el relato, final que --lo he conversado con un buen número de gente-- no convence a nadie.

Como decía, lo importante está en esa evolución que va sufriendo el protagonista y su entorno a lo largo de las décadas. Allí está la historia lineal y plana de una nación gobernada con mano de hierro y cómo incluso dentro de ella lo que fue bueno en un momento ya no es tan bueno en otro. Pinilla, que vivió todo el período, nos muestra los miedos de la población, la arrogancia del clero, el oportunismo de los delatores, las justificaciones, siempre precarias, de los asesinos, la búsqueda de un refugio espiritual, reflejado en la elevación a "ermitaño" del propio protagonista por una de las vecinas de la localidad, el miedo, la purga, la paz después de la pena autoimpuesta. Porque también esta historia es la historia de una autocondena: la de un Rogelio Cerón que busca redimirse cuidando una simple higuera.

Aunque la verdad, la higuera no es tan simple. Bajo sus raíces descansan dos cuerpos de personas inocentes. La higuera es su prolongación. Primero actúa como una imagen refleja de Gabino, el niño que condena con su mirada a Rogelio, mirada en la que éste ve una condena a plazo. Es por eso que el protagonista persiste en su cuidado durante años, allí, disimulando la tumba. Segundo, es indudable que se trata de una prolongación de los muertos (¿han visto las ramas de la higuera?, ¿conocen ramas más parecidas a los huesos de un ser humano?). Y, tercero, actúa como una imagen del propio protagonista, una extensión del mismo, de su pequeño legado, de su arrepentimiento, de su proceso de purificación y de la culminación del mismo cuando la higuera está en su plenitud. Lo que luego sucede es porque tiene que suceder, nada más.

Por otro lado, me interesa mucho destacar que Pinilla sale victorioso de ese "pie forzado" que se autoimpone. Me refiero a contar toda una historia desde el punto de vista de un hombre que lo único que hace es cuidar una higuera. Demuestra eso que todo escritor dice, pero pocos cumplen: se puede hacer una novela de cualquier cosa. Pinilla lo hace y no solo eso, sino que es capaz de tenernos en vilo, atenazados, transformados en atentos lectores, durante todas las páginas que dura el relato de Rogelio Cerón; rato en el que se nos olvida el tono rural del texto, en el que se nos olvida que está hablando de la Guerra Civil y del franquismo, en el que por medio de una higuera, un protagonista y un puñado de personajes más, es capaz de enfrentarnos a lo mejor y a lo peor del ser humano.

Ramiro Pinilla ha escrito una novela universal, donde las pasiones humanas se entrecruzan e incluso se van fundiendo en un solo personaje, que descubre la paz no en una higuera, sino gracias al tiempo que esa higuera le regala. Sólo tengo que hacer una recomendación a quienes vayan a leerla. Comiencen y concluyan la lectura en la segunda parte, la que es el grueso de la obra. Porque, como dije, el marco, el trozo de historia narrado por Mercedes Azkorra, sobra. E incluso de eso podemos sacar una buena lección: hasta los maestro --pues Pinilla lo es-- se equivocan.

lunes, 20 de febrero de 2012

"La sirvienta y el luchador" de Horacio Castellanos Moya


Podríamos definir la trama de "La sirvienta y el luchador" (Tusquets Editores, 2011) de la siguiente manera: una mujer --la sirvienta-- descubre que puede intentar ubicar y salvar al hijo de sus antiguos patrones, que ha sido secuestrado por la policía, donde ella tiene un antiguo pretendiente --el luchador--. Al hacerlo, por casualidad descubre que su nieto lucha ilegalmente contra el gobierno y que, además, ha herido de muerte al antiguo pretendiente. Por otro lado, su hija, alejada de la política, consigue un trabajo en el Hospital Militar, que la llevará a sufrir un atentado donde, sin saber que su madre está allí, participa... su propio hijo. La sirvienta, más o menos enterada de todo, sufrirá por los acontecimientos y sus protagonistas, sufrimiento y secretos que no puede revelar a nadie.

Visto desde este punto de vista, la trama de la novela se asemeja mucho a un culebrón, llena de esas casualidades que uno piensa que en la vida real no existen, que no se dan o, si ocurren, acaecen muy lejanas en el tiempo unas de otras.

La verdad es que uno considera --desde su precario modo de ver las cosas-- que el autor fuerza un "poquito" la trama, porque qué tiene que andar la sirvienta metiéndose en un centro de represión policial para salvar al hijo de sus patrones, en especial si son ricos y tienen un montón de contactos. Al contrario, sí que es creíble que un estudiante pobre termine participando en los grupos armados que se oponen a una dictadura o que una enfermera, sin importarle lo que suceda, busque un mejor trabajo aunque sea en el Hospital Militar, todo para darle mejor vida a su hijo y a su madre. Que todos estos elementos se den en el mismo momento no ayudan mucho a la verosimilitud, puesto que la tragedia se hace demasiado grande... Sólo falta que alguien quede ciego y que pierda a su bebé, ironías aparte.

En cambio, la fuerza de la narración nadie puede discutirla. Castellanos Moya es un maestro de la tensión. Es indudable que a esto ayuda el universo cerrado que crea. Pareciera que todos los males vienen de una misma familia que se autofagocita (y qué es sino eso una dictadura), por ende, el choque o encuentro de los personajes, siempre saca chispas. La novela se lee sola, tiene mucha visibilidad, mucha acción, todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos, y los muertos van y vienen como en el viejo oeste americano. Sin temor a equivocarnos podemos aseverar que Castellanos Moya ha escrito un western contemporáneo lleno de casualidades, sí, pero también como una geografía implacable de lo que fue El Salvador y toda Latino América en las décadas del '70 y el '80.

Otro aspecto a destacar es que el autor no le hace ascos a mostrar la violencia y la degradación ética, en especial, de aquellos que se sienten todopoderosos, intocables, más allá del bien y del mal. Dicha violencia se transforma en un medio para, primero, conseguir y, luego, mantener el favor del poder. Al final, quienes ejercen la violencia son tan prisioneros de la dictadura como los propios perseguidos y torturados, aunque ellos no tengan la perspectiva suficiente para verlo.

Para concluir, encuentro notable el poder metafórico de los dos personajes principales. La sirvienta no deja de ser un símbolo de la bondad y la ingenuidad, condiciones en decadencia en el universo donde vive, y que se complementa con el luchador, que de alguna manera sigue viviendo en el pasado donde fue un personaje famoso arriba del ring de lucha libre, donde todo no era más que una pantomima. Y en el fondo, esta novela es eso: el despertar de los personajes a la realidad y descubrir que en el campo de batalla donde se desarrolla su vida, ya no hay ficción: el luchador ya no se levantará más de la lona y el público descubrirá que la sangre que corre es real y junto con llevarse la de los luchadores, también se lleva la propia. Al fin de cuentas, "La sirvienta y el luchador", con todas sus casualidades, que perfectamente se pueden obviar al concluir la lectura, no es más --ni menos-- que una fabula brutal de la violencia.

domingo, 12 de febrero de 2012

Una opinión sobre "Chesil Beach" de Ian McEwan



Sé que McEwan es uno de los narradores ingleses más respetados, uno de los que más han triunfado, pero quizá me equivoqué eligiendo esta y no otra novela para comenzar a conocerlo. Es más, me daré pronto otra nueva oportunidad y me leeré su súper éxito, "Expiación", en algunas semanas más. Luego les contaré de nuevo mi parecer.

Seguramente no es culpa de McEwan que la novela no me guste. La verdad es que me cuesta entrar en cualquier texto que tenga algo romántico como basa fundamental. En este caso es la historia de Edward y Florence, dos jóvenes que viven relativamente cerca, pero se conocen por casualidad poco tiempo después de concluir sus estudios universitarios. Él ha estudiado historia y ella, violín, por el que siente una verdadera debilidad. En pocas palabras, es su vida. Otro detalle, que podría ser fundamental, pero no pasa de ser una información más, es que ella es de familia rica y él, de familia pobre. Pero el conflicto no se basa en eso, sino en la aversión que Florence siente por el sexo y la mala interpretación que Edward hace de su rechazo hacia él en la noche de bodas. Así, el conflicto está servido y sirve para mostrar esa serie de taras y prejuicios de la sociedad de comienzos de los 60 en la vieja Europa que aún no da el salto ni tecnológico ni moral de los '70.

La prosa de la obra es envolvente. McEwan nos traslada con claridad a esa primera noche de los recién casados en el paisaje idílico de un hotel al lado de Chesil Beach, esa lengua de arena que se abre paso en medio del mar, tan idílica en las imágenes. A través de esa noche nos muestra el pasado de ambos protagonistas tanto cuando no se conocían como después de su encuentro, aprovechando para mostrarnos las características de una época. Es de agradecer su capacidad para ir profundizando en la psicología de los personajes y preguntándose constantemente por sus conflictos personales y sociales que tienen, lo que le da un entramado que saca al texto de la mera novela romántica; bien escrita, pero romántica.

En la estructura juega llevándonos de un personaje a otro, hablándonos de uno y de otro, lo que hacen, lo que les interesa, lo que los lleva a dónde están, pero sin que nunca las reflexiones de ambos se entrecrucen. De esta forma el conflicto cobra mayor consistencia, porque el lector accede a las reflexiones de ambos personajes, ambas equivocadas y condenadas al fracaso por la falta de comunicación y "las reglas del juego" entre hombres y mujeres de la época, sabiendo que ellos no tienen esa posibilidad. Dicho conocimiento provoca una tensión creciente a medida que se aproxima el desenlace.

Es interesante también notar en qué medida el tono de la narración se aproxima a algunas obras de Henry James. Claro que no es el mismo autor, McEwan no pretende imitarlo; pero el tono, las descripciones, los paisajes e incluso el conflicto podría haberlo firmado el autor norteamericano. Se diferencian por esas reflexiones que hace McEwan, pero a veces, quizá por el tema, quizá por la puesta en escena, quizá por los personajes, nos llevan a estar escuchando el zumbido James mientras leemos.

Otro detalle que llama la atención --y que a mí no me agradó-- es lo que sucede en las diez últimas páginas, que no es más que un resumen de los años por venir de los personajes, en especial, los de Edward. Es un resumen tan resumido que llama la atención y descoloca ese quiebre tan radical que nada tiene que ver con el tono del resto del texto. Es como si McEwan hubiese abortado el texto, renunciado a continuarlo. La respuesta es que ese tiempo de sus personajes ya no le interesaba, pero lo necesitaba para confirmar su tesis, su idea del final. Esto a mí se me hace más o menos insufrible. No me refiero al resumen --que también-- sino a la novela de tesis y cómo obliga al autor a traicionarse para decir lo que se ha propuesto decir. No hay otra explicación que este pie forzado, que, por lo demás, no hace mejor la novela, en la que nos quedamos esperando una resolución al conflicto que nunca llega o que, cuando ha llegado, el autor no ha sabido transmitir.

"Chesil Beach", no me ha impresionado; esa es la verdad. Está muy bien escrita, hay momentos en que el relato se llena de tensión, pero no convence. Esto no quiere decir que sea una novela mala, en absoluto, pero a mí me ha dejado bastante indiferente. Eso sí, a quien le guste la novela literaria y al mismo tiempo, la romántica, no tiene que perdérsela.

Compactos Anagrama, 2008, 184 páginas. 7 euros.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un fragmento de Chesil Beach, de Ian McEwan


"A diferencia de algunos de los chicos de la escuela, él no aborrecía su casa y a su familia. Asumía como un hecho los cuartos pequeños y su miseria, y no se avergonzaba de su madre. Simplemente estaba impaciente de que su vida, la historia real, empezara, y tal como eran las cosas no podría empezar hasta que hubiese aprobado los exámenes. Por tanto, trabajó de firme y presentó buenos trabajos, especialmente en historia. Era deferente con sus hermanas y con sus padres, y seguía soñando con el día en que abandonaría la casa de Turville Heath. Pero en un sentido ya la había abandonado." Compactos Anagrama. 2008. Página 88. 7 euros.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Releer: "El beso de la mujer araña", de Manuel Puig




Cuando Seix-Barral era Seix-Barral, cuando su premio era serio y los narradores latinoamericanos tenían un lugar preponderante en su catálogo, se publicó por primera vez "El beso de la mujer araña", de Manuel Puig. Han pasado algo más de 35 años de esa primera edición y el libro sigue siendo totalmente actual, tanto que ya lleva seis reimpresiones desde su última edición de bolsillo, el año 2006. Es decir, y haciendo unas matemáticas no muy complejas, una reedición por año.

Leí por primera vez este libro el año 1996, en Göttingen, y ya entonces me pareció una novela excelente. Quise releerla este año y me encontré con que toda la experiencia acumulada desde entonces en absoluto le quito mérito a esa primera lectura, pues me encontré con el mismo gran libro. Y por ello quiero compartir con ustedes aquellas cosas que creo fundamentales, ya no para un lector cualquiera, sino también para nosotros, los que seguimos persistiendo en esta labor de la escritura.

Pienso que a estas alturas no hay nadie que no se sepa la historia: un preso político y un preso homosexual coinciden en una celda durante la dictadura argentina. El preso político escucha las historias del preso homosexual, primero, sin mucho interés, luego, interesándose un poco, y al final, ya totalmente implicado. Pero esta implicación es de ida y vuelta, y lo que parece al principio una "red" del preso homosexual para atrapar al preso político, lo es también a la inversa, lo que llevará al desenlace de la historia.

Lo primero que llama positivamente la atención es que Puig, a pesar de haber estado influido de una manera fundamental por el mundo kitsch, crea una novela sólida, nada cursi ni sensiblera. Al contrario, hoy en día hay una serie de autores pertenecientes al mundo homosexual que deberían leerlo, para salir de esa especie de novelitas harlequín que escriben. En el mundo de Puig no hay nada que diferencie en su calidad ética a un homosexual y a un heterosexual: su hombría y feminidad, sus principios en nada diferencian a una opción de otra, que, por lo demás, es lo natural.

Otro elemento más que importante es la actualidad del tema. Pareciera que la tortura, la prisión injustificada, la traición y la nobleza, los ideales por un mundo mejor nos quedan lejos, pero la verdad es que no es así. Allí están los CIEs o la Primavera Árabe, por no nombrar el 15-S. La novela del autor argentino puede leerse en clave humanista y reivindicativa, donde en los peores momentos el ser humano que llevamos dentro sale a flote por sobre los intereses particulares.

Pero hay algo que me interesa casi más que la temática del libro y es la arquitectura que plantea el autor, la manera de construir, entregarnos la historia. Puig es un autor influido de manera directa por los transgresores que fueron Joyce, Woolf, Faulkner, además de el universo cinematográfico, que adoraba. Por eso no es raro que la novela esté sostenida a través del diálogo de los dos personajes, lo que nos acerca irremisiblemente al mundo del guión, al que estaba tan cercano. Parece una contradicción anotar como muestra de la calidad del texto su escritura dialogada cuando en innumerables ocasiones me habrán escuchado decir que si el diálogo es poco, mejor. Pero sucede que estos, en su mayoría, son unos falsos diálogos, debido a que se tiende a que uno de los dos protagonistas cuente una historia subsidiaria dentro de su parlamento, que puede ser el argumento de una película o las razones que los han llevado a estar donde están. Así las cosas, en realidad la narración avanza dentro de los diálogos mismos y estas narraciones casi siempre tienen algo que ver con el tema, la idea profunda que Puig nos quiere transmitir a través de la historia.

Los diálogos que mantienen la historia no es lo único novedoso del texto. El autor recupera un recurso clásico, pero poco usado en la actualidad, redireccionándolo. Se trata de los pies de página, usados ya por Papinni, reforzados por Borges o por Calvino. En ellos, suele tratarse de un juego donde enmascaran falsedad literaria, dándole tintes de verdad (todo siempre muy verosímil), pero Puig directamente cita textos científicos o socioantropológicos donde se inside de manera directa en la normalidad del comportamiento homosexual, transformándose esta parte de la novela, en una reivindicación, totalmente actual, de los derechos y más esencialmente, de la sensibilidad del mundo homosexual.

La arquitectura interna del texto no acaba aquí: el autor también utiliza supuestas transcripciones interrogatorios policiales, seguimientos de los aparatos del estado, monólogos interiores de los personajes en la hora de la vigilia, pensamientos en medio de los diálogos, conversaciones telefónicas, etcétera, transformando la novela en un pastiche de diversas técnicas no necesariamente narrativas, lo que le da al texto una densidad, un relieve y textura que hacen más interesante de leer y, al mismo tiempo, le restan monotonía y amplían las perspectivas de lectura.

Todo esto hace que la novela sea más que una narración lineal, más que una peripecia, y que se quede de una manera más eficaz enraizada en nuestra memoria lectora.

Vuelvo aquí al comienzo, donde señalaba que desde el año 2006 se ha reeditado seis veces el libro en su última edición de bolsillo. Agrego el dato de que paralelamente se ha seguido comercializando la edición en rústica, que también se ha tenido que volver a imprimir en algún momento, por lo menos dos o tres veces, pues siempre está disponible en librerías. En un tiempo en el que las editoriales, entre ellas, la misma Seix-Barral, buscan editar libros para los que no leen y buscan historias lineales rechazando cualquier búsqueda estructural que pueda "confundir" a su "no-lector" habitual (por no decir, "analfabeto funcional habitual"), obras como "El beso de la mujer araña" demuestran que los actuales editores están equivocados y que cuando un lector se encuentra con una buena obra, siempre la enfrentará y le parecerán fascinantes las propuestas de construcción que se le proponen.

lunes, 23 de enero de 2012

"Norte" de Edmundo Paz Soldán



Acabo de concluir la lectura de la última novela de Edmundo Paz Soldán (Bolivia, 1967), publicada por Mondadori en España durante 2011. Demás está decir que el autor es uno de los narradores latinoamericanos más destacado de los últimos años. Pero no está demás añadir a esto que hay que seguirlo de manera obligada.

Lo primero que me llamó la atención de la novela es la propuesta estructural, esa arquitectura interna del texto, que nos muestra tres historias de latinos en EEUU, apartadas en el tiempo, pero unidas, en apariencia, por la violencia y la repulsión hacia lo extranjero que --dice el autor-- quiere reflejar. Estas historias, como si se tratara de un hélice de ADN, van superponiéndose en el relato, llenándolo de una textura necesaria, una densidad que el buen lector agradece en tiempos de historias planas, sin bordes, aristas, pura linealidad temporal. Es cierto, el autor no pretende dejar la novela en nuestro recuerdo a través de esta propuesta, sabe que hay otras literaturas más complejas, aunque sin la salida editorial que tuvieron en su día todos los herederos latinoamericanos de Faulkner o, yendo más lejos, aquellos que permearon géneros, como Puig. Pero entiende que no basta con una escritura que sólo sea pulcra para comunicarnos esa realidad de violencia y rechazo que se prolonga en el tiempo, como si siempre hubiese sido la misma en el mismo momento: capas sedimentarias no complementarias, sino idénticas, sólo distinguidas por la diferencia entre sus protagonistas. La memoria me traicionó y vi en el diseño de "Norte" a González Iñárritu y "Amores perros" y "21 gramos". Dos géneros, una misma época, una misma inquietud.

Luego --aunque se trata de lo mismo, porque siempre se trata de lo mismo-- tenemos las historias, que no son tres, sino una: una sola piedra cayendo en el lago y varias ondas de lo mismo, donde la violencia de un golpe se perpetúa en el tiempo-espacio. Entre ellas nos llama especialmente la atención la de Jesús, un asesino en serie mexicano que pasaba la frontera para llevar a cabo sus actos y que realmente existió. Pienso muy personalmente que la novela se afirma sólo con esta historia. Su violencia lo abarca todo y le da sentido a las otras dos, que de alguna forma logran su consistencia en la comparación. No es casual que sea la que más páginas acapara en todo el libro.

Como es inevitable en quien lee, siempre saltan otros nombres cuando uno se enfrenta a sus lecturas cotidianas. Las más de las veces esas comparaciones son injustas, pero las influencias existen. Me pasó en la lectura de este libro. Esa fuerza, podríamos decir "maligna", de la historia de Jesús es totalmente comparable a la de "La parte de los crímenes" de la ya mítica "2666" de Bolaño. Igual de cruel. Igual de macabra. Pero hay otro libro que está detrás de "Norte": "No Country for Old Men" de McCarthy late todo el tiempo en la trastienda, como si se tratara de un reflejo inverso, otra onda más de lo mismo.

Las otras dos historias: la del profesor argentino que poco a poco va perdiendo los papeles en una universidad estadounidense y la del pintor naïf Martín Ramírez (que también es un personaje "real"), son indudablemente menos impactantes que las de Jesús. En el caso de la de Martín, se trata casi solamente de una narración lineal de su vida, sin nada que nos pueda llamar la atención a parte de ese choque brutal entre el abandono y el reconocimiento en vida, del que el autor no disfrutó absolutamente nada. Su historia es fascinante, pero a mi parecer, desaprovechada, puesto que la historia de Jesús se la fagocita y la delicadeza del tema (tensa delicadeza, pero delicadeza del fin de cuentas) se pierde en medio de la violencia predominante en el texto. En cambio, la historia de Michelle y de su ex-profesor, Fabian, es a todas luces prescindible. La referencia al propio mundo del autor (es profesor en la Universidad de Cornell) o, más bien, al mundo de la "inmigración de cerebros", diferente a todas luces a la de los "espaldas mojadas", se queda corta y en el anecdotario de las dificultades de los privilegiados al lado del fascinante trabajo con la violencia descarnada de los sin papeles y los carteles de la droga.

Quiero dejar en claro, en todo caso, que esta novela no es la repetición de un gesto: Paz Soldán no es González Iñárritu ni Bolaño ni McCarthy. No pretende serlo. Pero vive allí, en la frontera de algo que los tres autores anteriores intentaron reflejar. Su escritura es un mapa complementario de la frontera fantasma, del texto no escrito sobre las aguas del Río Grande, pero que ahí permanece. Es así como "Norte" más que ser una novela definitiva, me parece el susurro de un comienzo, un objetivo más que un fin. Se percibe, casi se palpa, lo que viene en la escritura de Edmundo Paz Soldán, y, a lo lejos, se ve fascinante.

martes, 17 de enero de 2012

Un comentario sobre "El mapa y el territorio"



Ayer concluí la lectura de "El mapa y el territorio" de M. Houellebecq. Esta novela, publicada en Anagrama y Premio Goncourt 2010, relata la vida del artista visual Jed Martin, empujado al éxito más que por su calidad, por las circunstancias e incluso, la suerte. Se narra principalmente su "desapasionada vida" o eso es lo que un lector cualquiera puede pensar si sólo se centra en la historia. Pero lo interesante del texto es lo que hay debajo de la historia, la razón por la que la novela se denomina como se denomina. En ese sentido no puede dejar de llamarnos la atención que Martin comience su carrera fotografiando objetos, preciosas "máquinas" humanas, luego pase a los planos de carreteras, después llegue al ser humano y, por último, represente en vídeo-instalaciones la voracidad efectiva de la naturaleza frente a toda creación humana.

Si hay algo interesante en la novela, más allá de la probada buena prosa del autor (y podemos decir que cualquier ser humano un poco cabezotas puede llegar a tener una buena prosa) es esta idea de fondo: la construcción humana, esa ficción, ese mero mapa o "representación", cuyo único fin posible es desaparecer en medio de la fuerza de la naturaleza, ese territorio cada vez más ajeno al hombre y los diferentes grados de virtualidad que ha ido creando para enajenarse del mundo: primero el lenguaje y luego todo lo que este conlleva: ciudad de ladrillo y ciudad de Internet, al fin de cuentas, lo mismo: vivir fuera de la vida.

Esto se plasmará claramente en la vida del propio Martin, que va progresando intelectualmente a lo largo de la novela y su vida, hasta integrarse en ese paisaje que al comienzo le es ajeno e, incluso, insospechado. Vista desde esta perspectiva, la novela es magnífica; asistimos a algo más que un deseo del autor: una profecía, bastante lógica por lo demás.

Si tuviésemos que ponerle una pega al texto, es la concesión que el autor hace a sí mismo incluyéndose como personaje. Es innecesario seguramente no el personaje, sino esa necesidad de vedettismo que, creo, lleva a cabo más que por necesidad, por mantener la marca, la impostura "Houellebecq". Por otro lado, la muerte que aparece en el texto recuerda demasiado a las de "2666" de Bolaño, aunque sin la fuerza de la representación que éstas tienen en el autor chileno. Es una laguna en el texto de la que podríamos prescindir junto con toda la investigación policial que esta conlleva. ¿Quizá una licencia comercial del autor en tiempos del "neo-best-seller" del género policiaco?

Así las cosas, sin ser una novela que apasione al lector, "El mapa y el territorio" se muestra como una novela sólida y, más que eso, necesaria. La tesis del autor --que compartimos-- más que ser una crítica al estado del arte contemporáneo, es una crítica de todo el sistema y un anuncio del fin que nos espera si no somos capaces de vivir más en el territorio que en su representación.

domingo, 15 de enero de 2012

El mapa y el territorio


"[...] Lanzando una mirada circular vio una cafetera y se preparó un Naspresso. Olga era dulce, era dulce y amante. Olga le amaba, se repitió con una tristeza creciente al mismo tiempo que comprendía que ya nunca habría nada entre ellos, que nunca podría haber nada entre ellos, la vida ofrece una oportunidad a veces, se dijo, pero cuando eres demasiado cobarde o indeciso para aprovecharla, la vida recoge sus cartas, hay un momento para hacer las cosas y para abrazar una felicidad posible, ese momento dura algunos días, a veces unas semanas e incluso unos meses, pero sólo se presenta una única vez y si quieres rectificar más tarde es simplemente imposible, ya no queda sitio para la esperanza, la creencia y la fe, subsiste una resignación suave, una piedad recíproca y entristecida, la sensación inútil y justa de que podría haber ocurrido algo, de que sencillamente uno se ha mostrado indigno del don que le acaban de hacer. Se preparó un segundo café que disipó definitivamente las brumas del sueño y luego [...]". Michel Houellebecq. Anagrama. 2011. Premio Goncourt. Pp. 2219-220.