Ayer concluí la lectura de "El mapa y el territorio" de M. Houellebecq. Esta novela, publicada en Anagrama y Premio Goncourt 2010, relata la vida del artista visual Jed Martin, empujado al éxito más que por su calidad, por las circunstancias e incluso, la suerte. Se narra principalmente su "desapasionada vida" o eso es lo que un lector cualquiera puede pensar si sólo se centra en la historia. Pero lo interesante del texto es lo que hay debajo de la historia, la razón por la que la novela se denomina como se denomina. En ese sentido no puede dejar de llamarnos la atención que Martin comience su carrera fotografiando objetos, preciosas "máquinas" humanas, luego pase a los planos de carreteras, después llegue al ser humano y, por último, represente en vídeo-instalaciones la voracidad efectiva de la naturaleza frente a toda creación humana.
Si hay algo interesante en la novela, más allá de la probada buena prosa del autor (y podemos decir que cualquier ser humano un poco cabezotas puede llegar a tener una buena prosa) es esta idea de fondo: la construcción humana, esa ficción, ese mero mapa o "representación", cuyo único fin posible es desaparecer en medio de la fuerza de la naturaleza, ese territorio cada vez más ajeno al hombre y los diferentes grados de virtualidad que ha ido creando para enajenarse del mundo: primero el lenguaje y luego todo lo que este conlleva: ciudad de ladrillo y ciudad de Internet, al fin de cuentas, lo mismo: vivir fuera de la vida.
Esto se plasmará claramente en la vida del propio Martin, que va progresando intelectualmente a lo largo de la novela y su vida, hasta integrarse en ese paisaje que al comienzo le es ajeno e, incluso, insospechado. Vista desde esta perspectiva, la novela es magnífica; asistimos a algo más que un deseo del autor: una profecía, bastante lógica por lo demás.
Si tuviésemos que ponerle una pega al texto, es la concesión que el autor hace a sí mismo incluyéndose como personaje. Es innecesario seguramente no el personaje, sino esa necesidad de vedettismo que, creo, lleva a cabo más que por necesidad, por mantener la marca, la impostura "Houellebecq". Por otro lado, la muerte que aparece en el texto recuerda demasiado a las de "2666" de Bolaño, aunque sin la fuerza de la representación que éstas tienen en el autor chileno. Es una laguna en el texto de la que podríamos prescindir junto con toda la investigación policial que esta conlleva. ¿Quizá una licencia comercial del autor en tiempos del "neo-best-seller" del género policiaco?
Así las cosas, sin ser una novela que apasione al lector, "El mapa y el territorio" se muestra como una novela sólida y, más que eso, necesaria. La tesis del autor --que compartimos-- más que ser una crítica al estado del arte contemporáneo, es una crítica de todo el sistema y un anuncio del fin que nos espera si no somos capaces de vivir más en el territorio que en su representación.
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