sábado, 12 de enero de 2008

Desabotonarse

El hombre llega al hospital y se desabotona con torpeza: primero el jersey que compró en las rebajas, después el que, por viejo y deshilachado, tiró hace unos meses atrás. Luego viene la camisa blanca que usaba todos los días, la del trabajo y, bajo esa, la que usaba de niño, la heredada del hermano muerto después de la guerra. El hombre queda desnudo, pero se sonríe frente al espejo, porque tanta arruga le recuerda los paños, trozos, trazos de los sacos de harina con que su madre lo envolvía después de nacer. Sabe que está muerto, pero no le duele. Sabe que está muerto, porque ya no le duele. Al final, la muerte era un principio. El principio del fin de la muerte, que se ha desabotonado con él.
(para Ángel González, in memoriam)

viernes, 11 de enero de 2008

Papeles

La mesa está llena de papeles. La luz de la lámpara es del olor de la madera y los rastros de pan se van transformando en la grafía tridimensional de la memoria. Los libros se acumulan en las cuatro esquinas. Su polvo es el llanto de un prisionero que no saldrá nunca de su cárcel de celulosa gastada. Los lápices, dispersos en la geología del tapete, se mueven de hoja en hoja, serpientes al acecho de la luz. El ordenador, en el centro, también se vuelve hoja. Y con él, la mesa: extensión calcificada de la palabra que la crea.

Primera aproximación

Me he despertado más tarde de lo que esperaba. Sobre las tejas caía el sol, secando la llovizna que la noche había dejado casi por desdén. Bajo la sábana de franela, las cosas parecían más agradables que una vez desplazado el edredón. La camisa sobre el cuero y las chanclas en los pies, primera vestimenta matutina. Té con leche, galletas, el gato dando saltos de contento, el olor a rincones conocidos, el agua derramada: universo cotidiano, más fiable que cualquier estrella. Lo que no aparece en los periódicos. El revés del derecho de la trama.