Cuando uno mira la portada de "La higuera" (Tusquets, 2006) de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923), se le quitan las ganas de leerla. Definitivamente, no es una portada que invite a adentrarse en el libro. Esa foto en blanco y negro de un hombre caminando por un cementerio, rememora una literatura social/rural que a mí no me atrae. Y lamentablemente el título y la foto y edad del autor empujan a que el "pre-juicio" se reafirme. Ramiro Pinilla no es un chaval nocillero en el que las gafas de pasta sean un accesorio "cool". Usa las gafas por necesidad y la boina para cubrirse la calvicie. Cualquier lector podría enlazar estos factores y pensar que va a leer una historia añeja, casposa, de esas que abundan en la literatura española.
Comienzo diciendo esto porque, aunque en parte se cumple, no quiero que nadie se escude en estos factores para luego decir: la crítica era buena, pero hubo algo que me llevó a dejarla, a no sacarla de la biblioteca, a no leerla. Tiene que quedar claro que "La higuera" es una buena e incluso, necesaria novela. No por la historia, que está bien, sino por la literatura que en ella encontramos. Ramiro Pinilla ha logrado crear, con personajes que ya circulaban en la trilogía "Verdes valles, colinas rojas" (también en Tusquets), una obra independiente y con una gran carga simbólica.
En pocas palabras, la novela habla del miedo de un falangista a ser asesinado por un chico de diez años que ha visto cómo se llevaba él y otros cinco, a su padre y a su hermano para ajusticiarlos recién concluida la Guerra Civil. Para evitar esa muerte que piensa inminente cuando el chiquillo cumpla dieciséis años, terminará cuidando el paraje donde el chaval los ha enterrado sin ayuda de nadie y donde ha plantado un esqueje de la higuera de la propiedad familiar, que también les quitarán. La novela no sólo narra el primer momento del miedo de Rogelio Cerón, sino también la transformación del hombre en el transcurso de las décadas que pasa cuidando la higuera, transformación que se extiende a toda España.
Estructuralmente, la novela está dividida en tres partes, dos de ellas muy breves y que forman un marco de la tercera, que es la principal, donde Rogelio Cerón cuenta en primera persona y en presente, su propia historia. Es en realidad esta la parte fuerte del texto. Por ella vale la pena. Es además totalmente independiente de su marco, marco donde el tono cambia, se abusa del resumen y da un final en falso a todo el relato, final que --lo he conversado con un buen número de gente-- no convence a nadie.
Como decía, lo importante está en esa evolución que va sufriendo el protagonista y su entorno a lo largo de las décadas. Allí está la historia lineal y plana de una nación gobernada con mano de hierro y cómo incluso dentro de ella lo que fue bueno en un momento ya no es tan bueno en otro. Pinilla, que vivió todo el período, nos muestra los miedos de la población, la arrogancia del clero, el oportunismo de los delatores, las justificaciones, siempre precarias, de los asesinos, la búsqueda de un refugio espiritual, reflejado en la elevación a "ermitaño" del propio protagonista por una de las vecinas de la localidad, el miedo, la purga, la paz después de la pena autoimpuesta. Porque también esta historia es la historia de una autocondena: la de un Rogelio Cerón que busca redimirse cuidando una simple higuera.
Aunque la verdad, la higuera no es tan simple. Bajo sus raíces descansan dos cuerpos de personas inocentes. La higuera es su prolongación. Primero actúa como una imagen refleja de Gabino, el niño que condena con su mirada a Rogelio, mirada en la que éste ve una condena a plazo. Es por eso que el protagonista persiste en su cuidado durante años, allí, disimulando la tumba. Segundo, es indudable que se trata de una prolongación de los muertos (¿han visto las ramas de la higuera?, ¿conocen ramas más parecidas a los huesos de un ser humano?). Y, tercero, actúa como una imagen del propio protagonista, una extensión del mismo, de su pequeño legado, de su arrepentimiento, de su proceso de purificación y de la culminación del mismo cuando la higuera está en su plenitud. Lo que luego sucede es porque tiene que suceder, nada más.
Por otro lado, me interesa mucho destacar que Pinilla sale victorioso de ese "pie forzado" que se autoimpone. Me refiero a contar toda una historia desde el punto de vista de un hombre que lo único que hace es cuidar una higuera. Demuestra eso que todo escritor dice, pero pocos cumplen: se puede hacer una novela de cualquier cosa. Pinilla lo hace y no solo eso, sino que es capaz de tenernos en vilo, atenazados, transformados en atentos lectores, durante todas las páginas que dura el relato de Rogelio Cerón; rato en el que se nos olvida el tono rural del texto, en el que se nos olvida que está hablando de la Guerra Civil y del franquismo, en el que por medio de una higuera, un protagonista y un puñado de personajes más, es capaz de enfrentarnos a lo mejor y a lo peor del ser humano.
Ramiro Pinilla ha escrito una novela universal, donde las pasiones humanas se entrecruzan e incluso se van fundiendo en un solo personaje, que descubre la paz no en una higuera, sino gracias al tiempo que esa higuera le regala. Sólo tengo que hacer una recomendación a quienes vayan a leerla. Comiencen y concluyan la lectura en la segunda parte, la que es el grueso de la obra. Porque, como dije, el marco, el trozo de historia narrado por Mercedes Azkorra, sobra. E incluso de eso podemos sacar una buena lección: hasta los maestro --pues Pinilla lo es-- se equivocan.