El hombre llega al hospital y se desabotona con torpeza: primero el jersey que compró en las rebajas, después el que, por viejo y deshilachado, tiró hace unos meses atrás. Luego viene la camisa blanca que usaba todos los días, la del trabajo y, bajo esa, la que usaba de niño, la heredada del hermano muerto después de la guerra. El hombre queda desnudo, pero se sonríe frente al espejo, porque tanta arruga le recuerda los paños, trozos, trazos de los sacos de harina con que su madre lo envolvía después de nacer. Sabe que está muerto, pero no le duele. Sabe que está muerto, porque ya no le duele. Al final, la muerte era un principio. El principio del fin de la muerte, que se ha desabotonado con él.
(para Ángel González, in memoriam)
(para Ángel González, in memoriam)
6 comentarios:
Desde mi blog: Reflexiones al desnudo
Loable reconocimiento in memoriam. Un día alguien adulto mayor decía que, cuando no le doliera nada es porque estaba muerto y decía: "No faltan los achaques".
Me sonrío por ello y bien me lo recuerdas.
Un abrazo y un beso para tu alma desde Medellín, Colombia!
Impresionante!!
salú, julio
dónde te metiste?
Saludos, Julio. Se agradece la buena onda. Traté de escribir con el mayor respeto y justicia sobre tu libro, desde mis limitados recursos. Quizás un día nos encontramos por ahí. Vaya un abrazo de vuelta,
Andrés
¡Qué sabéis de la muerte los vivos!
Cuando estemos en el valle de Josafat, ya nos veremos las caras.
Yo tiemblo por los efectos de la expasión del universo.
Y camino poco a poco
Joaquín
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