viernes, 16 de marzo de 2012

"Noche de los enamorados" de Félix Romeo



Me acabo de preparar una leche con cacao antes de sentarme a escribir sobre el libro póstumo de Félix Romeo (1968-2011). No sé si el tomaba leche con cacao. Con el de verdad. El amargo. No creo que nuestros escritores lo beban mucho. Preferirán cañas, vinos, a lo mucho, café. Pero yo ya llevo un rato frente al ordenador y tengo frío, aunque el día es bueno (o malo, si pensamos que estamos en invierno y afuera la temperatura ya ha subido mucho). También he puesto una pequeña estufa, que aprovecha más mi perra Tapi que mis pies.

Anoche terminé de leer "Noche de los enamorados". Nunca había leído un libro de Félix. Y eso que ya lo había oído nombrar, había leído alguna de sus críticas, alguno de sus artículos, cuando vivía en Madrid. Al llegar a Zaragoza también me hablaron de él: bien, mal, indiferentemente. Como todo ser humano, generaba simpatías y odios o animadversiones. Hoy parece que todos amaban a Félix Romeo y la verdad es que no es cierto. Yo sólo puedo decir que no era su amigo. Que lo conocí en un encuentro en el Cervantes de Dublín y que me pareció un buen tipo. En Zaragoza no volvimos a coincidir más que en una o dos presentaciones. Y hubiese leído este libro aunque siguiese vivo. Es decir, esta reseña no es para sumarme a las loas ni a las despedidas. Creo que un escritor vive en sus textos. Quizá es la única riqueza que tenemos. Y a mí "Noche de los enamorados" me ha descubierto a un autor muy vivo, que no hay que rescatar, porque se rescata solo.

Vuelvo a coger el libro en las manos. No tengo la mano grande. Y eso que algún día fui portero de fútbol. Pero me cabe perfectamente. Es un libro pequeño y breve. La edición es hermosa y la editorial, casi insuperable. Mondadori es un lugar donde cualquiera de nosotros quisiera publicar. Por conversaciones recientes, sé que Félix pensaba lo mismo. La novela salió sólo unos meses después de su muerte. La había concluido unos días antes. Se trata de esas paradojas que podrían denominarse "benditas", como la mano de Maradona en el tan recordado Mundial. Bendita porque siempre es mejor contar con una novela póstuma completa que un intento de novela. Bendita, porque, como decía, sus palabras le dan vida a su autor.

"Es una mujer y está muerta". Así comienza. Y yo de inmediato pienso en Sábato y en "El túnel". Es una deformación profesional. Lo sé. Pero pensar en Sábato y en "El túnel" cuando uno comienza a leer una novela es algo muy bueno, porque "El túnel" es una tremenda novela. Y también pienso en "El extranjero" de Camus. Ya son dos buenas novelas. Ambas comienzan con la muerte de una mujer. O su constatación, que es lo mismo. Me gustan las novelas que no tienen misterio. Me parece que sólo los grandes autores escriben historias donde no cabe el misterio, donde lo único que sujeta historia, tema y trama es el lenguaje. A Félix Romeo, según voy avanzando en el texto, también el apasionaba el lenguaje. Es algo más propio de los poetas que de los narradores. Y esta novela tiene algo de poesía. Pero ya hablaré de ello.

Esta novela no tiene ningún misterio, porque pronto conoceremos al asesino: Santiago Dulong. Y quienes no somos zaragozanos, también pronto sabremos que se trata de algo que "ocurrió de verdad". Pero el texto de Félix en nada se parece a esas telenovelas de los sábados por la tarde que ponen algunas cadenas de televisión, filmadas en formato digital, con una fotografía propia de un catálogo de supermercado, que intentan atrapar al telespectador con dicha frase: "Basada en hechos reales". No es una reproducción en "papel maché". Félix Romeo no quiere que al final de la lectura o en el medio o en alguno de sus apartados nos pongamos a llorar como Magdalenas. Quiere que nos de rabia, que quizá tiremos un florero contra la pared, que salgamos a gritar al balcón "Hijos de puta". Porque eso es lo que tendríamos que hacer al concluir de leer esta novela. Salir frente a los juzgados y gritar fuerte: "Hijos de puta". Gritarle a todo el mundo, muy claro, quizá un grito sin voz casi "Hijos de puta".

Para ello Félix Romeo utilizó el lenguaje. Lo concentró. Nos lo fue dando concentradamente, a gotas, para que la tensión se acumulara en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo. No sobra ni un sólo morfema en la novela de Romeo. Cada oración es un puñetazo en el mentón. Si uno devora las líneas, no es porque esté esperando un final espeluznante. No. Es porque cada línea nos dice algo significativo. El placer de leer. El placer de leer una obra bien hecha. El placer de leer una obra bien hecha que nos está gritando al oído una tragedia mayor. Tragedia que no es sólo un asesinato juzgado de manera caprichosa.

Alguien podría haber escrito o escribir que la novela va sobre eso, el asesinato de María Isabel Montesinos Torraba a manos de su marido, Santiago Dulong, a quien Félix Romeo conoció en la Cárcel de Torrero. O sobre la defensa de la mujer, como pareciera aclararse hacia el final. Yo creo que no. Que Félix no escribió sobre ello. Creo que Félix ha utilizado esta historia para hablar, como él mismo lo dice dentro del texto, del lenguaje. De cómo el lenguaje configura la realidad. De eso mismo trata la poesía --la única, no esos plagios en versos que abundan convertidos en libros--. La configuración del mundo por el lenguaje. Lo que dejamos de ver por esa configuración de mundo. Cómo el lenguaje nos engaña. Cómo nos dejamos engañar por el lenguaje. Como anexo, la novela es una defensa de la libertad. Pero sólo como anexo. A mí me interesa ese "algo" más profundo que hace que esta novela se acerque --si es que ya no lo es-- a ser una obra de arte.

Félix Romeo nos regala un objeto terrible. Es una caja. Es una Caja de Pandora. Pero lamentablemente sé que no todos ni todas entrarán en ella. Si Santiago Dulong salió en libertad después de sólo un año de cárcel fue porque quienes estaban allí para juzgarlo, usaron las palabras inadecuadas y eso llevó a que "la realidad reconstruida" fuera diferente, levemente, pero lo suficiente, a lo sucedido. La realidad que justificaron abogados, jueces, fiscales no fue real. Fue puro lenguaje. Creyeron en las palabras. Son culpables por creer en las palabras. Y esas palabras no fueron morales ni éticas ni menos justas. Fueron caprichosas. Igual que las palabras de los reality. Igual que las palabras de la publicidad. Igual que las palabras de los políticos. Igual que las palabras de la reforma laboral. Igual que las palabras de la ONU ante las masacres en Siria. Igual que las palabras del Presidente de Chile ante el petitorio de los habitantes de Aysén. Igual que las palabras de dos señoras o dos señores repitiendo lugares comunes en la marquesina del tranvía. Esto me recuerda a un post de facebook que leí hace un par de días. Decía algo así como que ya no conocemos la realidad, sino sólo lo que nos cuentan, parcialmente, los medios de comunicación. Y voy más lejos, sólo conocemos lo que le cuentan las agencias a los medios sobre la realidad. Y las agencias sólo conocen aquello que algunas personas quieren que se conozca. Otra vez lo mismo. Otra vez el juicio a Santiago Dulong.

En la contraportada del libro podemos leer un fragmento del texto: "Esto no es un juicio, porque no se puede juzgar a los muertos y Santiago Dulong murió hace diez años. Ni es la defensa imposible de una víctima, porque no se pueden reparar las ofensas a los muertos. Ni es un ensayo sobre la justicia. Sólo escribo sobre palabras." Esa es la verdad del texto. Pero esconde algo. Sí que hay un juicio y del que deberíamos tomar buena nota. Ese juicio es a nosotros mismos y a cómo dejamos que las palabras inadecuadas construyan nuestra realidad y decidan por nosotros. También es un grito a actuar. A encontrar las palabras justas. Las éticas. Las secretas. Las que no nos traicionarán. Si así hubiese sido, no sólo Santiago Dulong hubiese muerto en la cárcel. También viviríamos en otro mundo, otro mundo mejor. Félix Romeo lo sabía.

A todo esto, ya me he terminado el cacao. El cacao de verdad. Y me ha dejado un buen sabor de boca a pesar de su amargura.