martes, 28 de febrero de 2012

LA HIGUERA, de Ramiro Pinilla


Cuando uno mira la portada de "La higuera" (Tusquets, 2006) de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923), se le quitan las ganas de leerla. Definitivamente, no es una portada que invite a adentrarse en el libro. Esa foto en blanco y negro de un hombre caminando por un cementerio, rememora una literatura social/rural que a mí no me atrae. Y lamentablemente el título y la foto y edad del autor empujan a que el "pre-juicio" se reafirme. Ramiro Pinilla no es un chaval nocillero en el que las gafas de pasta sean un accesorio "cool". Usa las gafas por necesidad y la boina para cubrirse la calvicie. Cualquier lector podría enlazar estos factores y pensar que va a leer una historia añeja, casposa, de esas que abundan en la literatura española.

Comienzo diciendo esto porque, aunque en parte se cumple, no quiero que nadie se escude en estos factores para luego decir: la crítica era buena, pero hubo algo que me llevó a dejarla, a no sacarla de la biblioteca, a no leerla. Tiene que quedar claro que "La higuera" es una buena e incluso, necesaria novela. No por la historia, que está bien, sino por la literatura que en ella encontramos. Ramiro Pinilla ha logrado crear, con personajes que ya circulaban en la trilogía "Verdes valles, colinas rojas" (también en Tusquets), una obra independiente y con una gran carga simbólica.

En pocas palabras, la novela habla del miedo de un falangista a ser asesinado por un chico de diez años que ha visto cómo se llevaba él y otros cinco, a su padre y a su hermano para ajusticiarlos recién concluida la Guerra Civil. Para evitar esa muerte que piensa inminente cuando el chiquillo cumpla dieciséis años, terminará cuidando el paraje donde el chaval los ha enterrado sin ayuda de nadie y donde ha plantado un esqueje de la higuera de la propiedad familiar, que también les quitarán. La novela no sólo narra el primer momento del miedo de Rogelio Cerón, sino también la transformación del hombre en el transcurso de las décadas que pasa cuidando la higuera, transformación que se extiende a toda España.

Estructuralmente, la novela está dividida en tres partes, dos de ellas muy breves y que forman un marco de la tercera, que es la principal, donde Rogelio Cerón cuenta en primera persona y en presente, su propia historia. Es en realidad esta la parte fuerte del texto. Por ella vale la pena. Es además totalmente independiente de su marco, marco donde el tono cambia, se abusa del resumen y da un final en falso a todo el relato, final que --lo he conversado con un buen número de gente-- no convence a nadie.

Como decía, lo importante está en esa evolución que va sufriendo el protagonista y su entorno a lo largo de las décadas. Allí está la historia lineal y plana de una nación gobernada con mano de hierro y cómo incluso dentro de ella lo que fue bueno en un momento ya no es tan bueno en otro. Pinilla, que vivió todo el período, nos muestra los miedos de la población, la arrogancia del clero, el oportunismo de los delatores, las justificaciones, siempre precarias, de los asesinos, la búsqueda de un refugio espiritual, reflejado en la elevación a "ermitaño" del propio protagonista por una de las vecinas de la localidad, el miedo, la purga, la paz después de la pena autoimpuesta. Porque también esta historia es la historia de una autocondena: la de un Rogelio Cerón que busca redimirse cuidando una simple higuera.

Aunque la verdad, la higuera no es tan simple. Bajo sus raíces descansan dos cuerpos de personas inocentes. La higuera es su prolongación. Primero actúa como una imagen refleja de Gabino, el niño que condena con su mirada a Rogelio, mirada en la que éste ve una condena a plazo. Es por eso que el protagonista persiste en su cuidado durante años, allí, disimulando la tumba. Segundo, es indudable que se trata de una prolongación de los muertos (¿han visto las ramas de la higuera?, ¿conocen ramas más parecidas a los huesos de un ser humano?). Y, tercero, actúa como una imagen del propio protagonista, una extensión del mismo, de su pequeño legado, de su arrepentimiento, de su proceso de purificación y de la culminación del mismo cuando la higuera está en su plenitud. Lo que luego sucede es porque tiene que suceder, nada más.

Por otro lado, me interesa mucho destacar que Pinilla sale victorioso de ese "pie forzado" que se autoimpone. Me refiero a contar toda una historia desde el punto de vista de un hombre que lo único que hace es cuidar una higuera. Demuestra eso que todo escritor dice, pero pocos cumplen: se puede hacer una novela de cualquier cosa. Pinilla lo hace y no solo eso, sino que es capaz de tenernos en vilo, atenazados, transformados en atentos lectores, durante todas las páginas que dura el relato de Rogelio Cerón; rato en el que se nos olvida el tono rural del texto, en el que se nos olvida que está hablando de la Guerra Civil y del franquismo, en el que por medio de una higuera, un protagonista y un puñado de personajes más, es capaz de enfrentarnos a lo mejor y a lo peor del ser humano.

Ramiro Pinilla ha escrito una novela universal, donde las pasiones humanas se entrecruzan e incluso se van fundiendo en un solo personaje, que descubre la paz no en una higuera, sino gracias al tiempo que esa higuera le regala. Sólo tengo que hacer una recomendación a quienes vayan a leerla. Comiencen y concluyan la lectura en la segunda parte, la que es el grueso de la obra. Porque, como dije, el marco, el trozo de historia narrado por Mercedes Azkorra, sobra. E incluso de eso podemos sacar una buena lección: hasta los maestro --pues Pinilla lo es-- se equivocan.

lunes, 20 de febrero de 2012

"La sirvienta y el luchador" de Horacio Castellanos Moya


Podríamos definir la trama de "La sirvienta y el luchador" (Tusquets Editores, 2011) de la siguiente manera: una mujer --la sirvienta-- descubre que puede intentar ubicar y salvar al hijo de sus antiguos patrones, que ha sido secuestrado por la policía, donde ella tiene un antiguo pretendiente --el luchador--. Al hacerlo, por casualidad descubre que su nieto lucha ilegalmente contra el gobierno y que, además, ha herido de muerte al antiguo pretendiente. Por otro lado, su hija, alejada de la política, consigue un trabajo en el Hospital Militar, que la llevará a sufrir un atentado donde, sin saber que su madre está allí, participa... su propio hijo. La sirvienta, más o menos enterada de todo, sufrirá por los acontecimientos y sus protagonistas, sufrimiento y secretos que no puede revelar a nadie.

Visto desde este punto de vista, la trama de la novela se asemeja mucho a un culebrón, llena de esas casualidades que uno piensa que en la vida real no existen, que no se dan o, si ocurren, acaecen muy lejanas en el tiempo unas de otras.

La verdad es que uno considera --desde su precario modo de ver las cosas-- que el autor fuerza un "poquito" la trama, porque qué tiene que andar la sirvienta metiéndose en un centro de represión policial para salvar al hijo de sus patrones, en especial si son ricos y tienen un montón de contactos. Al contrario, sí que es creíble que un estudiante pobre termine participando en los grupos armados que se oponen a una dictadura o que una enfermera, sin importarle lo que suceda, busque un mejor trabajo aunque sea en el Hospital Militar, todo para darle mejor vida a su hijo y a su madre. Que todos estos elementos se den en el mismo momento no ayudan mucho a la verosimilitud, puesto que la tragedia se hace demasiado grande... Sólo falta que alguien quede ciego y que pierda a su bebé, ironías aparte.

En cambio, la fuerza de la narración nadie puede discutirla. Castellanos Moya es un maestro de la tensión. Es indudable que a esto ayuda el universo cerrado que crea. Pareciera que todos los males vienen de una misma familia que se autofagocita (y qué es sino eso una dictadura), por ende, el choque o encuentro de los personajes, siempre saca chispas. La novela se lee sola, tiene mucha visibilidad, mucha acción, todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos, y los muertos van y vienen como en el viejo oeste americano. Sin temor a equivocarnos podemos aseverar que Castellanos Moya ha escrito un western contemporáneo lleno de casualidades, sí, pero también como una geografía implacable de lo que fue El Salvador y toda Latino América en las décadas del '70 y el '80.

Otro aspecto a destacar es que el autor no le hace ascos a mostrar la violencia y la degradación ética, en especial, de aquellos que se sienten todopoderosos, intocables, más allá del bien y del mal. Dicha violencia se transforma en un medio para, primero, conseguir y, luego, mantener el favor del poder. Al final, quienes ejercen la violencia son tan prisioneros de la dictadura como los propios perseguidos y torturados, aunque ellos no tengan la perspectiva suficiente para verlo.

Para concluir, encuentro notable el poder metafórico de los dos personajes principales. La sirvienta no deja de ser un símbolo de la bondad y la ingenuidad, condiciones en decadencia en el universo donde vive, y que se complementa con el luchador, que de alguna manera sigue viviendo en el pasado donde fue un personaje famoso arriba del ring de lucha libre, donde todo no era más que una pantomima. Y en el fondo, esta novela es eso: el despertar de los personajes a la realidad y descubrir que en el campo de batalla donde se desarrolla su vida, ya no hay ficción: el luchador ya no se levantará más de la lona y el público descubrirá que la sangre que corre es real y junto con llevarse la de los luchadores, también se lleva la propia. Al fin de cuentas, "La sirvienta y el luchador", con todas sus casualidades, que perfectamente se pueden obviar al concluir la lectura, no es más --ni menos-- que una fabula brutal de la violencia.

domingo, 12 de febrero de 2012

Una opinión sobre "Chesil Beach" de Ian McEwan



Sé que McEwan es uno de los narradores ingleses más respetados, uno de los que más han triunfado, pero quizá me equivoqué eligiendo esta y no otra novela para comenzar a conocerlo. Es más, me daré pronto otra nueva oportunidad y me leeré su súper éxito, "Expiación", en algunas semanas más. Luego les contaré de nuevo mi parecer.

Seguramente no es culpa de McEwan que la novela no me guste. La verdad es que me cuesta entrar en cualquier texto que tenga algo romántico como basa fundamental. En este caso es la historia de Edward y Florence, dos jóvenes que viven relativamente cerca, pero se conocen por casualidad poco tiempo después de concluir sus estudios universitarios. Él ha estudiado historia y ella, violín, por el que siente una verdadera debilidad. En pocas palabras, es su vida. Otro detalle, que podría ser fundamental, pero no pasa de ser una información más, es que ella es de familia rica y él, de familia pobre. Pero el conflicto no se basa en eso, sino en la aversión que Florence siente por el sexo y la mala interpretación que Edward hace de su rechazo hacia él en la noche de bodas. Así, el conflicto está servido y sirve para mostrar esa serie de taras y prejuicios de la sociedad de comienzos de los 60 en la vieja Europa que aún no da el salto ni tecnológico ni moral de los '70.

La prosa de la obra es envolvente. McEwan nos traslada con claridad a esa primera noche de los recién casados en el paisaje idílico de un hotel al lado de Chesil Beach, esa lengua de arena que se abre paso en medio del mar, tan idílica en las imágenes. A través de esa noche nos muestra el pasado de ambos protagonistas tanto cuando no se conocían como después de su encuentro, aprovechando para mostrarnos las características de una época. Es de agradecer su capacidad para ir profundizando en la psicología de los personajes y preguntándose constantemente por sus conflictos personales y sociales que tienen, lo que le da un entramado que saca al texto de la mera novela romántica; bien escrita, pero romántica.

En la estructura juega llevándonos de un personaje a otro, hablándonos de uno y de otro, lo que hacen, lo que les interesa, lo que los lleva a dónde están, pero sin que nunca las reflexiones de ambos se entrecrucen. De esta forma el conflicto cobra mayor consistencia, porque el lector accede a las reflexiones de ambos personajes, ambas equivocadas y condenadas al fracaso por la falta de comunicación y "las reglas del juego" entre hombres y mujeres de la época, sabiendo que ellos no tienen esa posibilidad. Dicho conocimiento provoca una tensión creciente a medida que se aproxima el desenlace.

Es interesante también notar en qué medida el tono de la narración se aproxima a algunas obras de Henry James. Claro que no es el mismo autor, McEwan no pretende imitarlo; pero el tono, las descripciones, los paisajes e incluso el conflicto podría haberlo firmado el autor norteamericano. Se diferencian por esas reflexiones que hace McEwan, pero a veces, quizá por el tema, quizá por la puesta en escena, quizá por los personajes, nos llevan a estar escuchando el zumbido James mientras leemos.

Otro detalle que llama la atención --y que a mí no me agradó-- es lo que sucede en las diez últimas páginas, que no es más que un resumen de los años por venir de los personajes, en especial, los de Edward. Es un resumen tan resumido que llama la atención y descoloca ese quiebre tan radical que nada tiene que ver con el tono del resto del texto. Es como si McEwan hubiese abortado el texto, renunciado a continuarlo. La respuesta es que ese tiempo de sus personajes ya no le interesaba, pero lo necesitaba para confirmar su tesis, su idea del final. Esto a mí se me hace más o menos insufrible. No me refiero al resumen --que también-- sino a la novela de tesis y cómo obliga al autor a traicionarse para decir lo que se ha propuesto decir. No hay otra explicación que este pie forzado, que, por lo demás, no hace mejor la novela, en la que nos quedamos esperando una resolución al conflicto que nunca llega o que, cuando ha llegado, el autor no ha sabido transmitir.

"Chesil Beach", no me ha impresionado; esa es la verdad. Está muy bien escrita, hay momentos en que el relato se llena de tensión, pero no convence. Esto no quiere decir que sea una novela mala, en absoluto, pero a mí me ha dejado bastante indiferente. Eso sí, a quien le guste la novela literaria y al mismo tiempo, la romántica, no tiene que perdérsela.

Compactos Anagrama, 2008, 184 páginas. 7 euros.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un fragmento de Chesil Beach, de Ian McEwan


"A diferencia de algunos de los chicos de la escuela, él no aborrecía su casa y a su familia. Asumía como un hecho los cuartos pequeños y su miseria, y no se avergonzaba de su madre. Simplemente estaba impaciente de que su vida, la historia real, empezara, y tal como eran las cosas no podría empezar hasta que hubiese aprobado los exámenes. Por tanto, trabajó de firme y presentó buenos trabajos, especialmente en historia. Era deferente con sus hermanas y con sus padres, y seguía soñando con el día en que abandonaría la casa de Turville Heath. Pero en un sentido ya la había abandonado." Compactos Anagrama. 2008. Página 88. 7 euros.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Releer: "El beso de la mujer araña", de Manuel Puig




Cuando Seix-Barral era Seix-Barral, cuando su premio era serio y los narradores latinoamericanos tenían un lugar preponderante en su catálogo, se publicó por primera vez "El beso de la mujer araña", de Manuel Puig. Han pasado algo más de 35 años de esa primera edición y el libro sigue siendo totalmente actual, tanto que ya lleva seis reimpresiones desde su última edición de bolsillo, el año 2006. Es decir, y haciendo unas matemáticas no muy complejas, una reedición por año.

Leí por primera vez este libro el año 1996, en Göttingen, y ya entonces me pareció una novela excelente. Quise releerla este año y me encontré con que toda la experiencia acumulada desde entonces en absoluto le quito mérito a esa primera lectura, pues me encontré con el mismo gran libro. Y por ello quiero compartir con ustedes aquellas cosas que creo fundamentales, ya no para un lector cualquiera, sino también para nosotros, los que seguimos persistiendo en esta labor de la escritura.

Pienso que a estas alturas no hay nadie que no se sepa la historia: un preso político y un preso homosexual coinciden en una celda durante la dictadura argentina. El preso político escucha las historias del preso homosexual, primero, sin mucho interés, luego, interesándose un poco, y al final, ya totalmente implicado. Pero esta implicación es de ida y vuelta, y lo que parece al principio una "red" del preso homosexual para atrapar al preso político, lo es también a la inversa, lo que llevará al desenlace de la historia.

Lo primero que llama positivamente la atención es que Puig, a pesar de haber estado influido de una manera fundamental por el mundo kitsch, crea una novela sólida, nada cursi ni sensiblera. Al contrario, hoy en día hay una serie de autores pertenecientes al mundo homosexual que deberían leerlo, para salir de esa especie de novelitas harlequín que escriben. En el mundo de Puig no hay nada que diferencie en su calidad ética a un homosexual y a un heterosexual: su hombría y feminidad, sus principios en nada diferencian a una opción de otra, que, por lo demás, es lo natural.

Otro elemento más que importante es la actualidad del tema. Pareciera que la tortura, la prisión injustificada, la traición y la nobleza, los ideales por un mundo mejor nos quedan lejos, pero la verdad es que no es así. Allí están los CIEs o la Primavera Árabe, por no nombrar el 15-S. La novela del autor argentino puede leerse en clave humanista y reivindicativa, donde en los peores momentos el ser humano que llevamos dentro sale a flote por sobre los intereses particulares.

Pero hay algo que me interesa casi más que la temática del libro y es la arquitectura que plantea el autor, la manera de construir, entregarnos la historia. Puig es un autor influido de manera directa por los transgresores que fueron Joyce, Woolf, Faulkner, además de el universo cinematográfico, que adoraba. Por eso no es raro que la novela esté sostenida a través del diálogo de los dos personajes, lo que nos acerca irremisiblemente al mundo del guión, al que estaba tan cercano. Parece una contradicción anotar como muestra de la calidad del texto su escritura dialogada cuando en innumerables ocasiones me habrán escuchado decir que si el diálogo es poco, mejor. Pero sucede que estos, en su mayoría, son unos falsos diálogos, debido a que se tiende a que uno de los dos protagonistas cuente una historia subsidiaria dentro de su parlamento, que puede ser el argumento de una película o las razones que los han llevado a estar donde están. Así las cosas, en realidad la narración avanza dentro de los diálogos mismos y estas narraciones casi siempre tienen algo que ver con el tema, la idea profunda que Puig nos quiere transmitir a través de la historia.

Los diálogos que mantienen la historia no es lo único novedoso del texto. El autor recupera un recurso clásico, pero poco usado en la actualidad, redireccionándolo. Se trata de los pies de página, usados ya por Papinni, reforzados por Borges o por Calvino. En ellos, suele tratarse de un juego donde enmascaran falsedad literaria, dándole tintes de verdad (todo siempre muy verosímil), pero Puig directamente cita textos científicos o socioantropológicos donde se inside de manera directa en la normalidad del comportamiento homosexual, transformándose esta parte de la novela, en una reivindicación, totalmente actual, de los derechos y más esencialmente, de la sensibilidad del mundo homosexual.

La arquitectura interna del texto no acaba aquí: el autor también utiliza supuestas transcripciones interrogatorios policiales, seguimientos de los aparatos del estado, monólogos interiores de los personajes en la hora de la vigilia, pensamientos en medio de los diálogos, conversaciones telefónicas, etcétera, transformando la novela en un pastiche de diversas técnicas no necesariamente narrativas, lo que le da al texto una densidad, un relieve y textura que hacen más interesante de leer y, al mismo tiempo, le restan monotonía y amplían las perspectivas de lectura.

Todo esto hace que la novela sea más que una narración lineal, más que una peripecia, y que se quede de una manera más eficaz enraizada en nuestra memoria lectora.

Vuelvo aquí al comienzo, donde señalaba que desde el año 2006 se ha reeditado seis veces el libro en su última edición de bolsillo. Agrego el dato de que paralelamente se ha seguido comercializando la edición en rústica, que también se ha tenido que volver a imprimir en algún momento, por lo menos dos o tres veces, pues siempre está disponible en librerías. En un tiempo en el que las editoriales, entre ellas, la misma Seix-Barral, buscan editar libros para los que no leen y buscan historias lineales rechazando cualquier búsqueda estructural que pueda "confundir" a su "no-lector" habitual (por no decir, "analfabeto funcional habitual"), obras como "El beso de la mujer araña" demuestran que los actuales editores están equivocados y que cuando un lector se encuentra con una buena obra, siempre la enfrentará y le parecerán fascinantes las propuestas de construcción que se le proponen.